Imaginemos que los hombres y mujeres que nos precedieron se hubieran rendido ante las adversidades, que no hubiéramos sobrevivido al frío, al calor, a la escasez de alimentos o a las distancias. En ese escenario ficticio, las ciudades nunca habrían existido. La ciudad es un logro, el fruto del esfuerzo de quienes superaron el miedo, el hambre y la incertidumbre. Sin embargo, ese logro está inacabado, la ciudad está siempre en constante construcción.
Hoy, la humanidad mayoritariamente vive en ciudades (ONU), pero nos enfrentamos a nuevos desafíos: inseguridad, tráfico, enfermedades mentales y cambio climático. En lugar de un logro, la ciudad parece más una maldición. En el sur global, esta maldición es aún más evidente. Las ciudades del norte global, aunque no están exentas de problemas, han encontrado en las políticas públicas y el orden un camino hacia la estabilidad, aunque este orden muchas veces ha sido alcanzado a través de la colonización y el despojo.
Si comparamos a un ciudadano del norte global con uno del sur, encontraremos profundas diferencias. En el sur, las personas deben imponer orden en su entorno, mientras que, en el norte la ciudad misma lo propone. Las políticas públicas del norte global, aunque obedecen al capital neoliberal, han permitido cierta mejora continua, mientras que en el sur las políticas son dispersas, buscando atraer inversión extranjera en un territorio siempre en subasta, privilegiando la iniciativa privada y la explotación abusiva de la naturaleza y las personas.
A pesar de la globalización, que ha permitido la circulación de productos y tecnologías entre el norte y el sur, el diseño de las ciudades sigue respondiendo a los modos de locomoción dominantes. En el sur global, las ciudades se han construido para los automóviles, con anchas avenidas pero escasas e indignas banquetas además de ciclovías deterioradas y desconexas. Esto ha resultado en un entorno urbano donde peatones y ciclistas son marginados y expuestos a peligros constantes.
FACT - Según la OMS, en 2021 las muertes por accidentes viales aumentaron en Latinoamérica causando 144,000 muertes, 12% del total. Esto coloca a los siniestros de tránsito como la principal causa de muerte entre niños y jóvenes de entre 5 y 29 años. Además, 20 de cada 100 muertos por accidentes viales fueron ciclistas. Como si fuera poco, anualmente en la región 20,000 niños pierden la vida en las carreteras, 46 por día (Banco mundial).
Las ciudades del sur global promueven una sociedad orientada hacia la velocidad y el individualismo, lo que deja a un lado a aquellos que buscan una convivencia más pausada y humana. De día, los peatones y ciclistas deben enfrentarse a una infraestructura urbana hostil y esquivar peligros constantes; de noche, la falta de iluminación e inseguridad añade al miedo cotidiano. Sin embargo, en medio de esta realidad, el espíritu humano en el sur global persiste. Las celebraciones, eventos sociales, fiestas patronales llenan las calles de algarabía y reaniman a los ciudadanos que sobreviven a sus viajes diarios, ya sea en automóvil, a pie o en bicicleta. Llegar con vida es un logro en las ciudades del sur global. Esta es la comparación clave: en el norte global, llegar es dado por hecho; en el sur, es una hazaña.
El trabajo de urbanistas como Salvador Rueda, Jane Jacobs y Jhan Gehl ha demostrado que es posible pensar en una ciudad más humana. Aunque estos nombres resuenan en el norte global, en el sur, las ciudades siguen siendo escenarios de supervivencia diaria. La indiferencia de los tomadores de decisiones hacia las necesidades ciudadanas es quizás el indicador más doloroso de la crisis urbana en el sur global.
Acá, aún hay que apretar fuerte las manos de nuestros hijos al cruzar la calle, aún se le pide a amigos y familiares que avisen si es que han llegado bien a su destino. Acá, donde tomar el camión para llegar a tiempo es un golpe de suerte y colocarse un casco de bicicleta para hacer el súper podría ser lo último que se haga.
El reto es doble, resistir el presente para soñar futuros donde el automóvil no sea el protagonista. Esto podría percibirse como imposible, pero solo porque es desconocido.
- ¿Desconoceríamos a una ciudad sin autos?
- ¿Extrañaríamos los semáforos si el trabajo, la escuela y el parque nos quedaran a 15 minutos o menos caminando o en bici de nuestra casa?
- ¿Extrañaríamos buscar angustiados estacionamiento para el auto mientras rodamos hacia el café a encontrarnos con amigos y amigas entrañables?
- ¿Extrañaríamos apretar el paso en aquel cruce peatonal rumbo a la escuela o el trabajo por miedo a ser atropellados?
- ¿Extrañaríamos buscar con desespero una ciclovía o un lugar seguro para alejarnos del tropel del tráfico motorizado de la hora pico?
Espero que este texto no sea demasiado pesimista, porque confío que una utopía oculta podría revelarse en cualquier momento para cada uno. Es nuestro deber no doblegarnos ni dejarnos derrumbar ante el presente incierto, la dispersión urbana, la destrucción de la naturaleza y la hegemonía de la que hoy goza el automóvil. A pesar de la incertidumbre, debemos transformar nuestras emociones en acciones concretas: convertir la rabia en música, arte, parques y calles completas; nuestras dudas en ciencia que sirva a las necesidades ciudadanas; y nuestros miedos, en el justo reclamo que organice acciones para lograr entornos más amigables y seguros. Solo así podremos soñar para luego crear ciudades que valga la pena habitar.
Comparto este texto con la esperanza de que otros futuros sean posibles, y que los ciudadanos del sur global podamos soñar y construir las ciudades a escala humana que tanto merecemos.